Las escaleras del edificio histórico del Reichstag en Berlín fueron escenario de una imagen sin precedente en la historia de la República Federal de Alemania el pasado 29 de agosto: unos cientos de manifestantes, entre los que había “Reichsbürger” (Ciudadanos del Reich) – movimiento que niega el orden republicano y defiende que el imperio alemán sigue existiendo –, ultraderechistas, negacionistas de la pandemia y otros grupos hicieron el amago de ocupar la sede del Bundestag, el parlamento federal del país.
Ese inédito intento, por el cual el dispositivo policial se vio en un primer momento superado y después consiguió desalojar, tuvo lugar en la hasta ahora mayor jornada de protestas en Alemania contra las medidas restrictivas acordadas por las autoridades alemanas contra el avance de la pandemia del Covid-19. Las imágenes provocaron numerosos titulares de prensa fuera de las fronteras alemanas y supusieron un serio aviso del peligro que supone la confluencia entre los históricos movimientos ultraderechistas del país y el relativamente nuevo fenómeno de las llamadas teorías conspirativas.
"Banderas imperiales y un asalto ultraderechista ante el parlamento suponen un ataque inaceptable al corazón de nuestra democracia", escribió entonces el presidente federal, Frank-Walter Steinmeier, en su muro de Facebook. "Quien quiera protestar por las medidas anticorona o dudar de su necesidad, puede hacerlo públicamente. Pero mi compresión acaba allá donde los manifestantes se dejan llevar por los enemigos de la democracia", añadió Steinmeier con un estilo muy directo, dejando claro la gravedad de los hechos.
Marchas contra las restricciones
El movimiento Querdenken 711 y otros colectivos críticos con las medidas restrictivas consiguieron sacar a alrededor de 40.000 personas a las calles de la capital alemana el último sábado del pasado agosto. No era la primera vez que miles de ciudadanos salían a protestar contra las restricciones. Si bien es cierto que no todos los que marcharon contra las medidas restrictivas son ultraderechistas, conspiracionistas o negacionistas del coronavirus, no lo es menos que las exitosas manifestaciones y las imágenes registradas en las escaleras del Bundestag difícilmente se habrían producido sin el poder de las nuevas teorías de las conspiración y las “noticias falsas” extendidas por los autodenominados “medios alternativos”, a través de servicios de mensajería como Telegram y de redes sociales.
A los que llevan tiempo observando los movimientos ultraderechistas alemanes no se les pasó por alto un detalle en el fallido intento de toma del parlamento alemán: entre los asaltantes había personas con camisetas y banderas en las que aparecía la letra mayúscula Q. Esa “Q” responde al nombre de QAnon, una gran teoría conspirativa de origen estadounidense, nacida en foros de internet y que asegura que, según informaciones desclasificadas de los servicios de inteligencia de EE.UU., Donald Trump lidera una guerra contra el estado profundo, y contra la élite política y económica del país que pretende ocultar una gran red de pedofilia internacional.
El neologismo QAnon responde a la combinación de Q Clearance (la denominación para informaciones de máxima seguridad desclasificadas por el Departamento de Energía de los Estados Unidos) y Anon, la abreviatura para Anonymus. La fuente que posteó en el 2017 por primera vez las presuntas desclasificaciones es anónima. Detrás de ella estaría, según la confabulación, un alto cargo burocrático de Estados Unidos con acceso a información privilegiada. La teoría ha conseguido construir comunidades con miles de seguidores en diferentes plataformas digitales como blogs o canales YouTube en Alemania, que se ha convertido así en uno de los países europeos con una mayor difusión de QAnon.
¿Por qué Alemania?
La Oficina Federal de la Protección de la Constitución – agencia de inteligencia encargada de observar los movimientos que amenazan o podrían amenazar el orden constitucional alemán – confirma el avance en el país de teorías conspirativas como QAnon, aunque todavía es incapaz de cuantificar el número de seguidores ni clasificar su dimensión. En todo caso, la pregunta se hace inevitable: ¿por qué Alemania, un país en el que la crisis económica y la pandemia han tenido consecuencias moderadas en comparación con otros países de su entorno, tiene un número tan relevante de ciudadanos que tienden a creer informaciones falsas?
El hecho de que Alemania haya sufrido menos muertos que otros países, como España o Italia, parece contribuir a que una parte de su ciudadanía perciba el virus como menos peligroso e incluso como inocuo. Pero también hay una explicación de más largo recorrido: “Hay una conexión histórica entre movimientos ultraderechistas alemanes y el esoterismo. Eso no quiere decir que todos alemanes que practican el esoterismo sean ultraderechistas. Pero el nacionalsocialismo ya estaba ligado al rechazo de la medicina tradicional, del racionalismo y la ciencia. A ello hay que sumarle el antisemitismo histórico que asegura que hay una oscura élite que amenaza nuestra vida y nuestra salud”. Es el resumen de Andrea Kockler – integrante de la organización Der Goldene Aluhut, que lleva años analizando el fenómeno conspiracionista – del lazo que une a la ultraderecha alemana con las nuevas teorías conspirativas.
La crisis mundial generada por la pandemia ofrece, además, una oportunidad de oro para esa tradición ultraderechista ahora encabezada por movimientos como el Movimiento Identitario (IB, en sus siglas en alemán), publicaciones como la revista Compact o incluso partidos como Alternativa para Alemania (AfD, tercera fuerza del Bundestag que lidera la oposición parlamentaria): por una parte, sirve para alimentar el discurso de la necesidad del cierre de las fronteras para, en este caso, cerrar el paso al virus, una lógica perfectamente aplicable a la inmigración; por otra, da munición a aquellos que blanden el discurso de que el cierre de la vida social y económica no es otra cosa que el intento de las “élites globalistas” de acabar con los pueblos de Europa, en este caso con el alemán – y con su homogeneidad y continuidad etnocultural, uno de los puntales de la narrativa de la nueva ultraderecha germana –.
“Ayer dorado”
En un mundo cambiante y amenazante como el actual, el discurso de las llamadas “nuevas derechas” de recuperar la “normalidad anterior” y el paraíso aparentemente perdido encuentra terreno abonado en capas nada despreciables de la población, tanto en Alemania como en otros países europeos. “Para ser atractivos, para el éxito de los populistas de derecha es decisivo presentar el pasado como un ayer dorado”, escriben Paul Jürgensen y Hedwig Richter en el libro Schleichend an die Macht (“Lentamente hacia el poder”). El momento de excepción generado por la pandemia, adornado con tintes apocalípticos por no pocos medios de comunicación, parece ideal para ese fin.
Es pronto para saber cuál será a medio plazo el impacto social, político y económico de la pandemia en Alemania, y cuán profundo pueden llegar las raíces de teorías conspiracionistas como QAnon, de esencia antielitista, antisistema, antisemita y autoritaria. De momento, tanto la crisis epidémica como el conspiracionismo parecen estar canalizando un descontento ya existente antes de la llegada del virus, como demuestra el gran resultado de la ultraderecha de AfD (12,6% de los votos) en las elecciones federales de 2017. Los efectos de la pandemia suponen un peligro real que puede profundizar las razones de ese malestar.
“En QAnon vemos ese anhelo de deslegitimar las estructuras democráticas”, dice Maik Fielitz, coautor del libro Digitaler Faschismus (“Fascismo digital”). “Su objetivo es fomentar la sensación de que ya no se puede confiar en nadie en la sociedad, de que es necesario retirarse a mundos paralelos y de que ya sólo se puede confiar en informaciones procedentes de determinados influencers y grupos que se autodefinen precisamente a través de su oposición a las corrientes mayoritarias. Dentro de él, las personas se van insertando poco a poco en un sistema de valores y reglas completamente diferente. Es un movimiento sin jerarquía, sin un líder claro y también imprevisible”. ///
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